El blog de Elisa Bayo

Sin pies ni coco

Posted in Having a bath by Elisa Bayo on 27 septiembre 2009

Los creativos publicitarios, derrochadores natos de imaginación y dinero, deberían devolverle el valor a las pequeñas cosas y tomar conciencia del gran poder de los detalles, sobre todo del lenguaje. La vecina ya está viendo la que se avecina. Los caros aparatajes, cachibaches, efectos especiales y contratación de famosos se han comido incluso los presupuestos con los que pagar las nóminas de los pobres obrerillos de la fábrica de la que salen los productos publicitados. ¡Si es que son una panda de manirrotos y, Maribel, no se puede seguir a ese nivel!

Desde estas líneas les propongo como ejemplo de austeridad, sobriedad y suma inteligencia, el coco. Con coco no me refiero a fruta peluda ni a teta peluda, sino a monstruito peludo horripilante y temible que asalta los sueños de los niños transformándolos en terroríficas pesadillas. Este señor, cuyo falso hermano de peluche azul fue contratado para mejorar su imagen en Barrio Sésamo, vivía amargado y solo. Las diez temporadas que su chache trabajó con Epi y Blas le costaron decenas de miles de dólares -o pesetas o francos- además de carísimas visitas al psiconalista. La tensión provocada por su papel de Super Coco casi lo mata.

Esta semana, y sin que sirva de precedente, en lugar de inventarme los motivos de su anodina existencia -como suelo hacer en esta sección cada vez que no tengo ni idea del personaje del que hablo- admitiré que desconozco completamente el porqué de su casi delictivo comportamiento. Imaginenselo, entrando con nocturnidad y alevosía en casa de los inocentes niños desamparados acostumbrados a no recibir otra cosa que no sean los dulces besos sus padres y los regalos a la carta de sus majestades, el esquimal rojo y gordo y el ratón sin dientes. ¡Menudo trauma! Nadie lo ha visto jamás, pero basta la frase «Que viene el coco» para conseguir que el pánico paralice totalmente al niño. El día que el defensor del menor meta mano en este asunto… rodarán cocos, digo cabezas.

Bueno, pues al pobre coco, sin comerlo ni beberlo, se le ha adjudicado el papel de rapta-personas de la mañana a la noche, en realidad, de la noche a la madrugada. Pero él, muy astuto, ha rentabilizado durante muchos años esta imagen convirtiéndose en uno de los monstruos más respetados del imaginario infantil. Se labró un futuro y acuñó su propia marca «el coco» sin gastarse ni un euro.

El problema real para este personaje sobrevino cuando los niños alcanzaron la edad adulta. Los mayores estamos entrenados para borrar cualquier ápice de fantasía y nos reeducamos en el simplismo. Así que el coco, icono del terror, ha quedado reducido a un insulso adjetivo cuando se pone en boca de cualquiera que desea descalificar la apariencia de otro individuo. Y en lugar de decir «qué feo» ahora exclamamos «vaya coco». Tantos años de esfuerzo y de repente ¡zas! el prestigio por los suelos. Pero al igual que supo convertir el terror en «respetable terror», ha sabido convertir la fealdad en «respetable fealdad». Y para ello, qué arma más potente que el lenguaje. La solución fue simple y brillante: «Cocó».

Coco es vulgar, Cocó es sofisticado. ¿Cuánto dinero ha costado? Pues lo que vale la tinta necesaria para añadir una tilde, si es que lo van a imprimir. Bien es verdad que el monstruo infantil se vio ayudado por Coco Chanel- aquí no le pongo tilde porque es un nombre francés y ya sabemos que a los franceses no les gustan que los españoles les toquemos las tildes- pero no por ello debemos quitarle mérito. Hagan la prueba. Si usted, señor o señora «callo malayo», está leyendo esto, y quiere dejar de ser despreciado por sus amigos conocidos y desconocidos, hágase llamar Cocó. Al instante, dejará de ser repelente y, en su lugar, le dirán que Dios le ha bendecido con una belleza picasiana, toscana e incluso dadaísta. Será la estrella.

Algunos publicistas ya han comenzado a aplicarse esta revolucionaria filosofía de ahorro quitando letras enteras o poniendo las palabras en otro idioma, por eso de que lo que viene de fuera suena mejor. No sé si tendrá relación con lavar y perfumar el dinero, pero hay qué ver la de detergente, aromas y bancos que se anuncian en inglés. De niños, conocíamos más el jabón lagarto, el litro de colonia y una caja con llave donde se guardaba el dinero secretamente. Dormíamos tranquilos, lo más que se llevaba el coco eran los felices sueños.